Tracé el camino de la desesperanza
y del odio sin rumbo,
el lamento incesante del sendero
del desengaño y la desidia.
La torpeza de saber que no sabía.
De contemplar una y otra vez
hasta el hartazgo mis propias lágrimas
deslizarse hasta el final
de la última pena.
Siempre la misma torpeza.
De pensar sin sentir,
de morir sin vivir,
del latir de un corazón que se apaga
y que no quiere renacer en otra vida.
Tropecé muchas veces con la misma piedra.
El duelo de un alma se desintegra
bajo mil bemóles mal interpretados,
la canción del último aliento
y la sencilla libertad del final.
Hasta el torpe muere y olvida.
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