viernes, 14 de septiembre de 2007

Redacción: La Vaca (Parte I)

Hace unos años se me dio por salir de mi casa sin rumbo fijo, costumbre que todavía conservo. Me subí a la Vespa y tiré en dirección al medio del campo. Venía yo en mi moto pensando sobre la sensación de perderse y sobre lo que me habían comentado algunos allegados y amigos acerca del miedo que tienen de no saber dónde están, cuando efectivamente después de andar un buen rato, me perdí. La Vespa se me estaba recalentando, así que decidí parar cerca de un prado con unas vacas y algunas ovejas más a lo lejos. Perfecto, dije. Saqué un refresco, lo destapé, miré el paisaje que tenía alrededor lleno de cielo, naturaleza en estado puro con sus montañas repletas de verde y con el mar a lo lejos. Encendí un cigarrillo y sentí una sensación de estar a gusto por el hecho de estar perdido. Y en mis cosas estaba cuando de repente escucho un ruido por detrás entre las plantas. Como lógica reacción me paré y dirigí la mirada hacia donde pensaba yo que provenía el ruido. En efecto, algo parecía acercarse por ese lugar en mí sentido y cuando más parecía estar cerca, mayor era el ruido. El instinto miedoso me decía que era un oso, el instinto valiente que era algo así como el Yeti y que si aparecía le partía la cabeza con un palo. Pero como siempre suele sucederme, me surge como tercera opción el instinto periodístico y pensé "¡Y perderme una entrevista con el Yeti!". Así que con esos tres instintos en conflicto, pegué una calada mientras el ruido se hacía cada vez más fuerte, los nervios comenzaban a salir a flote y de repente... Zas! Un tío a caballo. "Oye tú... tú, ven paquí y ayudame con una vaca que se me ha quedao en la alambraá". Joder.
Claro, que le iba a explicar yo al buen hombre de mis pensamientos, me puse manos a la obra y subimos un pequeño remonte. Cuando llegamos, efectivamente, ahí estaba la vaca atrapada entre unos alambres. El hombre se bajó del caballo y me dijo que tirara de la cola mientras él la empujaba por la cabeza. Pero no había forma de sacarla. Estuvimos allí no sé cuanto tiempo hasta que el paisano me dijo que iba a por unos alicates para cortar el alambre y me pidió que me quedara un rato hasta que volviera. Pensé en el pobre animal y le dije que ahí me encontraría cuando volviera. El hombre se marchó y ahí estabamos la vaca y yo. Me encendí otro cigarrillo y por esas tonterías de la vida, cosas que hacemos todos, se me ocurre soltar en voz alta "¿Quién te manda a meterte ahí hija mía?" Y la vaca me respondió, "Es que me quiero suicidar. Mira a mí alrededor ¿vez acaso algún otro elemento con el que pueda?"... Continuará.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hello Matt!!! tus historias me trasportan a tu universo. Por cierto, no sabía que tuvieras la lengua tan larga, jeje. Por cierto, yo si que escucho la música (buena selección). Estaré al tanto de tus aventuras desde donde quiera que esté. Alma

Anónimo dijo...

Es bueno Matt, que venga la segunda parte, pero ya!!! Dijk Van der Port