
No había comenzado a contestarme cuando un abuelo se acercó hasta nosotros y comenzó a hablarnos de un compañero de juego suyo que lo había abandonado y ahora no tenía con quién jugar. Sentimos no saber jugar al mus para ayudarle, pero el hombre se empecinó en enseñarnos. De hecho, medio nos obligó a sentarnos en una mesa y se puso a explicar en qué consistía. Cuando quisimos darnos cuenta, ya había otro sentado en la mesa que comenzaba a repartir cartas y otros tantos que se acercaban a ver el transcurso de la partida y a hacer comentarios. Me sentí como si los Chicago Bulls de la NBA me invitaran a jugar un partido repleto de gente y yo no estuviera a la altura de las circunstancias. Pero ahí estábamos jugando por una copa de anís y oyendo sin escuchar los comentarios de quienes nos rodeaban. Me acordé de alguna entrevista a un jugador de fútbol que decía que ellos no hacían caso a lo que les gritaban desde las gradas porque estaban concentrados en el partido. Algo así me pasaba a mí. Lo cierto es que después de perder tres manos seguidas, Jean Pierre y yo decidimos pagar la copa de anís y levantarnos de la mesa ante la mirada atónita de los presentes que parecía que querían que nos convirtiéramos en profesionales del mus. Nos excusamos diciendo que teníamos que volver a buscar a nuestras mujeres.
Salimos del bar con una risa de complicidad y decidimos irnos a caminar un rato. No sé cómo, pero al rato estábamos hablando de la evolución del hombre en la Tierra. Obviamente no faltó Darwin en el coloquio y según defendía Jean Pierre, como las teorías morían con el paso del tiempo. Le comenté que podían morir en algunas partes, pero que en otras tantas del mundo la selección natural en el ser humano se sigue dando. En la mayoría de las especies aún continúa, salvo los animales domesticados, pero en el ser humano occidental, y a eso Jean Pierre se refería, ya no se cumple ese requisito dado el avance de la medicina. Pero así y todo, en países de la mayor parte del mundo, la selección natural sigue diciendo que sobreviven solo los más fuertes. Y llegados a este punto nos pusimos a pensar sobre el futuro y sobre como serían los hombres del mañana y quién tenía la llave para descifrar lo que nos viene.
Pensamos que ya no hay referentes. En la filosofía, no hay un Sartre, Descartes o Aristóteles, en el psicoanálisis, no hay Freud o Watson, en las matemáticas no hay un Fermat. Se acabaron los Hume, Kant, Weber, Marx, etc. Hoy son famosos por un día los que descubren una vacuna, hacen un invento o descifran un enigma histórico. Convenimos que no hay un paladín que abandere lo que nos depara el futuro. Aunque de tanto pensar, descubrimos a alguien: Craig Venter, denominado padre del genoma. Pero no nos convenció, en el fondo es un hombre de negocios más allá de sus estudios de biólogo. Intenté justificarlo diciendo que hoy ya los descubridores no son como antes que solo tenían que dedicarse a sus estudios y disponer de algún mecenas que los diera a conocer. Pero a Jean Pierre no le convenció porque según dijo "¿sabrá ese señor con cuántas ramas de la ciencia o incluso con las religiones que puede acabar si llega hasta el fondo de sus estudios?". Nos quedamos pensando y una paloma que pasaba cerca cagó en la chaqueta a Jean Pierre. Dijo algo en francés con mal tono, aunque sonó delicado. Volvimos al hotel. Antes de despedirnos y para quitar un poco de mal humor al francés, le dije, "podemos pensar y hacer los humanos lo que queramos, pero amigo, hay cosas que nunca van a cambiar. El sol seguirá saliendo todas las mañanas y está en el destino del ser humano que al menos una vez nos cague una paloma". Jean Pierre sonrió y nos despedimos.
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