
Fue extraño porque poco a poco comencé a pensar en el destino de aquel trozo de pan a partir de ese momento porque ya nadie le comería y no cumpliría su cometido. De entrada es un trozo de pan frustrado, es como los futbolistas que están eternamente en el banquillo pero no entran nunca a jugar. No cumplen su cometido. Y me dieron pena los futbolistas que están siempre en reserva y los panes que van directamente a la basura porque no se merecen eses triste final. Así que en el momento en que iba a tirarlo a la basura, dije "¡No Matt! No lo hagas". Y comencé a estudiar alternativas. La primera y como el arte en estos momentos se hace con cualquier cosa pensé incrustarle un teléfono móvil en el centro y ponerlo en el salón a modo de adorno. Si alguien preguntara sobre la obra artística les diría que es el cruce de dos alimentos del siglo XXI. Pero mi señora, seguro que al ver aquello me daría con el palo de la escoba como mínimo. Así que barajé una segunda opción: hacer pan rallado. Pero claro, aquí me entró una cuestión filosófica fundamental, porque el pan rallado también es un pan frustrado por más que igualmente se termine consumiendo. Yo si fuera pan querría ser pan fresco que se come en la mesa, no pan que se queda duro y no hay más remedio que rallarlo para que no vaya a la basura. Así que tampoco quería un final así para el pobre trozo de pan. Confieso que me entró cierta desesperación, me fui al salón y lo puse sobre una mesita sobre un plato y me puse a pensar en qué podía hacer con él, le pregunté que quería y no me respondió. Tal vez estaba enfadado.
Finalmente después de mucho pensar, y acongojado ante el silencio que había alrededor, de pronto me di cuenta que había pájaros cantando y la luz se hizo ante mí. Salí corriendo hacia el balcón y después de hacerlo picadillo, lo repartí a los pájaros que allí habían. Y el pan, sabedor que su destino era ese, me soltó una miga a modo de lágrima para agradecerme tan final feliz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario