
También me dio la sensación de que la gente también ha cambiado, al menos en el aspecto estético. No sé, me pareció que iban mejor vestidos de cuando vivía allí, todos más cuidados en sus vestimentas. Y también el salto que precios. Se ha vuelto un lugar más caro. Un café con un trozo de tarta, 6,35 euros. Puf!!!! Demasiado, mil pelas.
Lo malo fue que encontré los museos cerrados. Se me había olvidado que cerraban los martes y caminé medio Madrid para llegar hasta el Reina Sofía, cuando me llamó María por teléfono y me dijo que le parecía que cerraban. Efectivamente así fue. Así que me quedé con ganas de volver a ver a Dalí, al Sr. Miró o al Equipo Crónica nuevamente. Además iba con una doble intención porque hace poco echaron por la tele un reportaje donde hablaban de que anteriormente el museo había sido un hospital y que la gente veía cosas raras como espíritus o escuchaba voces. También iba con ese morbo a ver si me pasaba algo a mí.
Plaza España y el Palacio Real como siempre. Lavapiés totalmente cambiado. Mi barrio me lo han modernizado. Sigue estando como lo dejé, repleto de mestizaje e interculturalidad, pero en alguna medida más modernizado en infraestructuras.
Pasé por la Asociación de la Prensa y a punto estuve de entrar y dejarles el currículum por si tenían alguna oferta de trabajo, pero después me lo pensé mejor y de momento no volvería a vivir de nuevo allí. Serán las buenas o malas costumbres, pero ya me he acostumbrado a las montañas y al mar cerca de Cantabria. Cosas de la rutina.
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