
Ella parecía no escucharme, apelaba una y otra vez a los buenos momentos. Un camarero nos trajo la nota mientras miraba como una señora le daba agua a un perro en otra mesa. La señora había utilizado un cenicero limpio descargando un poco de agua de una botella y depositándolo sobre el suelo. Aquello causó gracia a unos cuantos, incluso a mí, pero no pude reírme porque pensé que haciéndolo le daba argumentos a ella sobre lo bien que nos lo pasábamos juntos.
"Se acabó, no quiero hablar más del tema. Ya te he dicho todo cuanto podía". Volvió a llorar, era la tercera vez que lo hacía. Para mis adentros, pensé en realidad que solamente era un solo y largo llanto que estaba contenido y que aparecía de vez en cuando. No supe como decirle que no quería gustarle, que no me quisiera más, que no me amara. Pero no pude.
Quiso pagar y la dejé. Cuando salimos por la puerta pensé todavía que nos quedaba mucho por decirnos, aunque al mismo tiempo tenía la sensación de que cuanto más habláramos, más daño causaríamos. Quiso besarme, pero quité mi boca de en medio. Su cara se transformó como comprendiendo que ya no había más alternativas. Una última lágrima cayó sobre su mejilla y supe que no sería la última de ese día, aunque yo ya no estuviera allí para observarla.
Saqué un papel de mi bolsillo y lo tiré en una papelera que tenía cerca. Adiós me dijo, aunque tiempo más tarde me llegara una carta de ella explicándome como se lo había tomado y como lo estaba superando. Me sentí como un gilipollas. La había dañado y no se lo merecía. Pensé que solo sería una cuestión de sexo y que no se enamoraría. Nunca contesté aquella carta y jamás volví a saber de ella. Hoy encontré la carta por casualidad y la he releído. La casualidad es que está fechada a día de hoy pero de hace siete años. Y la otra casualidad es que hace siete años pensé en quemar esa carta, aquel mismo día. Hoy por la tarde también pienso quemarla, pero quién sabe, tal vez... dentro de siete años escriba nuevamente esta historia por casualidad.
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