jueves, 18 de octubre de 2007

咳 = hāi = hola

Al poco tiempo de llegar a Madrid me vi en la necesidad, obvia, de buscar trabajo para sobrevivir en lo económico. Como solamente tenía beca de estudiante me era muy complicado conseguir trabajo por el bendito tema de los papeles. Así que comencé la búsqueda por el barrio donde vivía, Lavapiés. Barrio multicultural y muchos multis si los hay. Tal que después de varias intentonas, todas ellas terminadas en fracaso, y volviendo de una entrevista, pasé por un restaurante chino de camino a casa "¿Por qué no?", pensé. Las posibilidades que me dieran trabajo, aunque más no fuera en negro, eran remotas. Pero ahí me planté delante del dueño del restaurante y hablé y hablé y hablé... De pronto la comitiva que tenía al lado de chinos era bastante considerable. Hasta que el dueño, poniendo un poco de orden, me dijo que me contrataba para repartir publicidad por las calles. La oferta económica no era muy grande, pero por lo menos me permitiría comer algo. Así que ahí salí por las calles del barrio a repartir publicidad por los portales de los edificios. Muy tranquilo y dispuesto iba yo, hasta que me dí cuenta que había un joven oriental que me seguía calle tras calle. Me acerqué a él con buen gesto y de dije que si trabajaba en el restaurante. Me dijo que sí, que era el hijo del dueño. Por no incomodar no hice más preguntas, pero decidí invitarlo a que me acompañara en la distribución y que fueramos charlando. La verdad es que el chinito era un poco distante, pero poco a poco se fue abriendo y terminamos hablando de muchas cosas. Le conté como había llegado a España, la gente que había conocido, mis ideas sobre los orientales y entre esos temas, que faltaban pocos meses para casarme. Recuerdo que se le transformó la cara y no había manera de hacerle entender que no hace falta tener un trabajo estable y buena posición económica para contraer matrimonio. Que la decisión de estar con otra persona para compartir la vida poco tiene que ver con la economía, aunque es importante en algún punto, pero que no condiciona la atracción o la decisión. Él me dijo que eso en su país era imposible porque los padres de ella no lo consentirían.
Y así fue transcurriendo el tiempo y pasando los días, hablando un poco de todo, hasta que le propuse que me enseñara a decir algo en chino. Se mostró predispuesto y desde entonces todavía andan revoloteando algunas frases por mi cabeza de vez en cuando. También me gusta entrar a comer a un chino y sorprender a mis acompañantes pidiendo la cuenta, o una cerveza o preguntar alguna gilipollez en ese idioma. Ahora bien... seguro se preguntan a cuento de qué viene esto. Pues que el otro día estaba revolviendo unas cajas en casa buscando algo y nada al mismo tiempo y me encontré un papel donde había apuntado algunas cosas que el chinito me enseñó en su idioma. Lamenté no haber apuntado su nombre, aunque sea en mi memoria. Así que para compartir algo de lo allí escrito, aquí os adjunto una foto con los números del cero al diez. Y más abajo, esto lo encontré investigando algunas webs, mi nombre en chino acompañado de un paisaje. Podeis escribir vuestro nombre en castellano en la siguiente web y a continuación insertarlo en un cuadro donde eliges el fondo... de nada.

No hay comentarios: