viernes, 8 de febrero de 2008

Ir al gimnasio

Hace un par de meses que dejé de ir al gimnasio y a la piscina. Lo he cambiado por quitar todo lo que tenía encima de mi bicicleta estática y hacer además unas abdominales en casa. Pero, hay cosas que extraño del gimnasio, sobre todo algunos detalles. Por ejemplo, cuando te vas a sentar en una máquina y alguno que anda cerca te mira fijamente para ver cuanta carga le pones al aparato musculatorio en cuestión. Aquí surgen dos actitudes. Está el machote que dice, por más que mañana no pueda moverme yo levanto lo mismo o más. Y por otra parate el que pone cara de si levanto esto me muero y ante la semi risa del ocasional espectador decide bajar la carga y hacer un poco el ridículo. Porque al gimansio también van a eso algunos, a ver cuán de machotes son respecto a los demás.
Otra cuestión es si es una mujer la que se decide a subir a una máquina y el mismo espectador, ese que parece que va más a ver que hacen los demás que a hacer algo él mismo, se apresura a quitar la carga a la fémina en cuestión. Y mayúscula es su sorpresa cuando la dama le dice que no quite, que ponga una más. Entonces nuestro amigo pone cara de "esta tía para mí". Pero lo que no se da cuenta es que las mujeres van al gimansio con otra visión a la masculina. Ellas van a ponerse como un cañón de buenas, mientras que los hombres nos tenemos que conformar con ir a bajar algo de barriga y cuanto mucho a ponernos demasiado musculosos y no nos mira ni la recepcionista de la entrada. Porque según estadísticas personales, a las tías no les va mucho el rollo hipermusuculoso masculino en general. Pero ese es un tema para otro día.
Otra cuestión es el personal del gimnasio que está para asesorarte. No sé por qué, pero para ellos siempre hago mal los ejercicios, que si la columna más derecha, que si los codos más rectos, que si las piernas más flexionadas, etc. No sé por qué, ni sí realmente existe la postura perfecta. Al menos a mí, en varios pasos por gimnasios nunca ha pasado un entrenador personal al lado mío y me ha dicho "eso lo estás haciendo bien". Es que también te frustan joder...
Algo distinto es la piscina, ese mar de meadas a la hora de compartir con los niños el agua. Mejor es no pensarlo me lo decía cada vez que iba por las tardes, y basta con decir que no hay que pensarlo que te pones a pensarlo más... Cosas de la cabeza. Aquí el tema de los monitores es distinto porque cuanto mucho al levantar la cabeza entre brazadas es ver a un tío que hace señas como un loco, que pareciera que articula algo con la boca, pero que no entiendo un pito de qué intenta transmitirme. Cuando llegas a la esquina, ahí viene el tío y te dice, debes meter la mano más recta y mantener la columna más derecha. Y tú por dentro piensas "y tu la boca más cerrada y dejar de hacer esos gestos mientras nado, que si alguien te mira desde fuera pareciera que te ha dado un ataque de algo tío".
Y finalmente los vestuarios. No voy a entrar en cuestión de tamaños y del color de los calzoncillos que se quitan algunos. Me voy a centrar en un solo detalle: el olor. En teoría es un lugar limpio, pero confluyen tantos olores que uno al final no sabe que respira. Está el olor que desprenden los sudados, los recién salidos de la ducha, la de cantidad de diferentes desodorantes que allí se hechan, el que desprenden algunos calzados y el de los pedos, porque hacer gimnasia relaja todo claro. Es tal el desabarajuste de olores que hay en un vestuario que si llega a entrar un representante de la Organización Mundial de la Salud a hacer un estudio, sus conclusiones serían de que hay que cerrar todos los gimnasios del planeta.
Y uno que entra tan iluso a esos sitios pagando una mínima cuota y creyendo que va a hacer algo por su cuerpo y lo más probable es que termine acompañando las sesiones de gimnasio con las de un psicólogo. Yo ya he tomado una desición, me compro el body trainner que anuncian en la tele y me pongo como los tíos que publicitan la máquina. Me dirán que soy ingenuo, pero yo me creo todo...

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