lunes, 11 de febrero de 2008

En el dentista

Recuerdo hace unos años que decidí ir al dentista a ver que tal tenía la boca y que tal iban mis dientes. De por sí es una desición difícil de tomar ya que conlleva peligros de sufrimiento comparables a deportes de alto riesgo como el puentig o paracaidismo. En algún punto yo creo que es hasta peor, porque sino nos duele nada ¿para qué vamos? Es algo así como preventivo, pero a la larga siempre se cae. Como cuando vamos a hacer la revisión del coche. Uno piensa, "me levanto todas las mañanas y siempre llego a donde tengo que ir ¿por qué tengo que hacer la revisión?" Y resulta que vamos y hay que cambiar pastillas de freno, el aceite, balancear las ruedas, todo por la módica suma de la mitad del sueldo de un mes. Con el dentista pasa algo similar, no sólo en cuanto a precio, sino también a lo que nos hacen. A mi lo de hacer un puente en la boca me suena mal. Me imagino algo que me van a construir en la boca, mientras me duele, que va de una punta a la otra. Pero ¿qué transporta este puente señor dentista? O mejor dicho ¿para eso no está la lengua digo yo?
También me suena como hacer un puente a un coche para que arranque. Como si la boca no nos funcionara y hay que hacer un puente para que por lo menos se ponga en marcha. Ahora me pregunto yo ¿con la anestesia que nos ponen, más bien no ocurre lo contrario? A mi me queda toda la boca dormida y no hay quien la ponga en marcha. Intento preguntar, "¿va a tardar mucho que tengo una reunión?" Y me sale algo así como: "¿va nadar chucho en la unión?" Y el dentista responde: si en la playa de la unión nadan muchos perros...
Pero lo peor es cuando te toca el dentista aprendiz. Que comienza a poner entre sus manos las herramientas con los ojos vidriosos y llenos de ilusión de sus primeros trabajos y uno piensa "Dios espero que sea un superdotado y no haya salido ninguna noche de fiesta durante sus años de estudios". Y el torno joder, a quién se le ocurrió ponerle ese ruido al maldito aparato que no solo te martiriza cuando estás dentro sino que también durante la espera y que se escucha desde afuera el horrible sumbido ese que pareciera que es una avispa enfadada.
Yo creo que la persona que elige como profesión ser dentista igual debe tener un problema en contra de la sociedad. Tu jódelo todo lo que quieras, pero el tío siempre va a tener la última palabra y en algún momento pasarás por sus manos. Y allí, en ese preciso momento, el señor dentista se cobrará de todos los males que le ha hecho la sociedad, los vecinos que no le dejaron dormir, la cajera del supermercado que lo atendió mal, del stress que le causó no conseguir un lugar donde aparcar el coche, de lo mala que estaba la comida en el restaurante y encima le costó una fortuna, se vengará de todo y lo pagará tu boca.
Yo por eso entro al dentista con cierta estrategia. Me hago un poco como el que conmigo no va la cosa, algo medio valentón, como que no le doy importancia, le hago unos chistes y no hablo ni de fútbol ni de política, no vaya a ser que el tío se fan de algún equipo que haya perdido y la arremeta contra tí. Pero al final me pasa como a todos que por más que no sintamos la boca de tanta anestesia, igual nos duele. O es lo psicológico, o sino el bolsillo, pero como seres que pareciera están un escalón por encima de todos, los dentistas siempre llevan las de ganar.