sábado, 26 de enero de 2008

Fiesta de disfraces

Recuerdo una fiesta de disfraces allá por el siglo pasado. Al principio no sabía bien de qué disfrazarme, pero como era cerca de épocas navideñas decidí que lo mejor era transformarme en un árbol de navidad. Y la verdad es que fue la revolución de la noche, no sólo porque la copa y la estrella me tapaban la cabeza y no había manera de saber quién era, sino también por lo feliz que me hacía sentir el que nadie pudiera reconocerme. Saltaba, gritaba, bailaba, me paraba delante de amigos, amigas, extraños que creían conocerme y pensaban que se trataba de un amigo; y hacía el tonto delante de ellos y no tenían ni la más remota idea de quién les estaba desconcertando la noche.
Lo curioso de este tipo de fiestas es obviamente el anonimato que suponen algunos trajes. Da una libertad total para hacer y deshacer al antojo del que nadie reconoce y juega con la ventaja de sí saber quienes son los otros. Esto es clave en una fiesta de disfraces en mi opinión, hay que llevar un traje que tape la cara. No valen esos que dejan la cara al descubierto o con maquillaje porque se pierde una buena parte del aura de intriga que deberían tener todas las personas que allí acuden.
La fiesta comenzó bien, aproveché para acercarme a hablar y bailar con aquellas chavalas que de normal no me acercaba por timidez o estupidez y la verdad es que el resultado fue positivo. También estaba ahí el "Loco Zorzi", un personaje de esos que salen cada mil y que son el alma de toda reunión. Recuerdo que me llevó hasta el coche sin saber que era yo, aunque éramos compañeros de instituto, me dio una bolsa entera de petardos y ahí fuimos los dos al medio de la pista a reventar la fiesta por todo lo alto. Pero sin darme cuenta, él desapareció y cuando quise reaccionar veo que alguien entra en bicicleta con un matafuegos en la mano y comienza a esparcir ese espantoso líquido por todas parte. En menos de diez segundo todos habíamos salido corriendo del lugar y comenzamos a agazaparnos por los costados. Yo no recuerdo bien donde me escondí, pero como en todas las películas con final feliz, al lado mío había una joven luciérnaga muy apuesta. No sé que dije para hacerla reír y ella me contesto que llevaba toda la noche mirándome. Nos besamos, y la luciérnaga buscó refugio para pasar sobre un árbol de navidad, el final de aquella noche.

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