sábado, 12 de enero de 2008

Cuando la ficción pasa a la realidad

En la casa de mi abuela, además de la afición por el automovilismo, también había otra: las carreras de caballos. En Argentina son muy populares y hay un canal de televisión que las retransmite a cada hora. No sé si aún seguirá así, pero calculo que sí. Corría el año 98 y por entonces se me había dado por leer la colección completa de Bukowski. Ya sabéis, mujeres, alcohol, drogas y carreras de caballos. Yo no cumplía todos estos requisitos en mi vida, pero sí de alguna manera había encadenado aquella afición familiar, con las apuestas de los personajes de los libros que leía. Así que decidí un día ir hasta el Hipódromo de Palermo, en Buenos Aires, a ver que me encontraba. Fue curioso comenzar a ver coincidencias nada más llegar. Bukowski siempre decía que había un palco para gente de dinero y otro para 'el pueblo'. Y efectivamente, así era allí también. Decidí dar unas vueltas y mirar la presentación de los caballos, al mismo tiempo que analizaba sus últimas carreras y resultados en una revista que había comprado. Me senté un rato en el palco y poco a poco fui acercándome a un viejo que allí estudiaba sus apuntes. Pedí consejo y la verdad es que el hombre sin tratarme mal, poco caso me hizo. Parecía que se jugaba mucho en aquellas carreras.
Miré mi revista y comencé con mis especulaciones sobre quien ganaría la próxima carrera. No acerté. Así me pasó con dos más, pero quedaba algo todavía. Yo sabía que en una de las últimas carreras de la tarde, y de acuerdo a mis cálculos, ganaría el caballo número cinco. Había analizado a todos los que intervenían y saltaba a la vista que ese era el caballo ganador. Le pregunté al viejo de al lado y con cara de sorpresa me dijo que cómo sabía yo eso. Este hecho me confirmó que estaba en lo cierto, porque los apostadores profesionales nunca revelan sus caballos para así ganar más en sus apuestas. Rápido bajé del palco y fui a la ventanilla a apostar por el cinco. Me compré una cerveza, analicé un poco lo que pasaba en el palco donde se encontraba la gente de dinero y hablé con alguno acerca de si mi apuesta era correcta o no. Lo cierto es que llegó el momento de la carrera y yo aproveché para volver a mi asiento en el palco y sentarme cerca del viejo con el que había hablado. Volví a saludarle y el hombre sin venir a cuento de nada me dijo que era muy joven todavía para meterme en el mundo de los caballos. Que no era un buen futuro para mí. Me quedé algo sorprendido y viendo a la gente que tenía alrededor, comprendí lo que me quería decir.
El panorama era bastante desolador. La mayoría era gente mayor que parecía que no tenía nada mejor que hacer que estar sentada allí toda la tarde apostando sus ingresos. De pronto me acordé de los libros de Bukowski, pero me distrajo la entrada a meta de los caballos. El cinco venía bien colocado, pero cuando faltaban menos de veinte metros para llegar a la línea de meta, comenzó a resagarse y finalmente quedó en la segunda posición. Yo no había estado nunca en un hipódromo y me sorprendió la reacción de la gente. Comenzaron todos a gritar y a decir que era una estafa. Había visto al menos cinco carreras esa tarde y en ninguna había pasado eso. Los viejos tenían mucho enfado y se acercaron hasta la meta a insultar al jockey del caballo cinco. Todos creían que se había dejado ganar para que otro cobrara mejor su apuesta. La verdad es que aquello fue un revuelo. Yo me limite a observar un rato, y decidí irme a por otra cerveza.
Di un par de vueltas más por allí y decidí marchar. Cuando subo al autobús para regresar a casa, me encuentro con el viejo con el que había hablado en el hipódromo. Me senté al lado de él y comenzamos a charlar. Me repitió lo mismo, de que no era un sitio para mí mientras sacaba de su bolsillo una petaca y apuraba un trago de algo que olía bastante fuerte. Recuerdo que me contó que tenía por costumbre pasar por un burdel de camino a casa si las cosas iban bien en las apuestas y festejarlo alquilando los servicios de una prostituta. Pensé que el hombre me daría pena, pero en realidad me causó una extraña sensación. La sensación de estar hablando con un personaje sacado de un libro de Bukowski.

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