miércoles, 3 de octubre de 2007

La desgracia de un campeón (Parte II)

No hay peor triunfo que aquel que es cuestionado. Además, en la vida se me hubiera ocurrido ponerme el sugus en la boca antes de que comenzara la competencia. Y lo que es peor, hay un sinfín de daños colaterales que surgen cuando se acusa así porque sí y sin contemplar las consecuencias. Mi madre fue a por la de él en plan "hay que ver a los niños", con ese tonito que usan las madres para decir ciertas cosas sin decirlas... Y la de el vecinito respondiendo "sí, los niños son muy de copiar lo que ven por ahí". Y mi madre "será por eso que pasa tanto tiempo en tu casa". No quise escuchar como seguía la conversación. La gente que estaba en los alrededores comenzaba a acercarse al mismo tiempo que subía el murmullo ese en el que todos opinan de todo menos de lo que pasaba ahí. Ya se sabe, que los problemas que arrastraban las dos familias desde hace tiempo por los arbustos que dividen las dos casas, que el perro de uno siempre andaba por el patio del otro, aquel golpe en el coche, etc. Los típicos comentarios incoherentes, propios de la naturaleza humana catalogados bajo la categoría de chisme. Así que como la cosa pintaba mal y alguien debía poner remedio, grité sin pensar: "que empiece de nuevo la prueba y que nos revisen a todos la boca antes". Se hizo un gran silencio, el juez nos puso a todos en línea y nos revisó la boca a uno por uno. La tensión se palpaba en el ambiente porque parecía que se jugaban más cosas que el simple sugus. Aquello parecía la final de la copa del mundo de fútbol mezclado con una sesión de dentista para grandes masas que me hizo recordar a las partidas de ajedrez que juegan los maestros en varias mesas al mismo tiempo. Y en eso andaba, cuando escuché el pitido que daba comienzo a la prueba. Miré a un costado y ya estaban todos con la cabeza metida en la harina, levanté la vista y la gente no paraba de gritar, respiré hondo, bajé lentamente hasta el cubo y como sabiendo donde estaba el caramelo lo metí en mi boca y volví a salir levantando los brazos. El juez hizo sonar el silbato y levantándome la mano me proclamó vencedor entre gritos y guerras de harina con mis competidores y el público. Mi rival directo encajó mal la derrota y recuerdo haberlo visto junto a su padre hablando entre abrazos y palmadas. Por mi parte, y sabiendo que la gloria dura poco, me fui nuevamente a buscar a la vecinita que me gustaba a ver si esta vez tenía más éxito.
Al día siguiente, fui a lo de mi vecinito para que me acompañara a jugar al parque y hablar un poco del asunto, y grande fue mi sorpresa cuando lo vi practicando con un cubo lleno de harina buscando un caramelo. "¿Pero que hacés?", le pregunté. "Vete de mi casa, nos veremos en la próxima fiesta del barrio". El comentario me asombró, intenté convencerle de que era una idiotez lo que decía, pero no se bajó de su postura. Y ahí estuvo el buen hombre practicando cuatro meses y esperando la próxima competencia. Hasta que llegó ese día, y volví a ganar. Y así durante tres años seguidos donde la presión ya era insoportable porque había pasado lo deportivo y ya se mezclaban temas personales. Máxime cuando los dos nos encontrábamos en la adolescencia y en esa época cualquier comentario cala en los sentimientos, ahuyenta novias y perjudica amistades. Así que decidí competir por última vez aprovechando que me iba a estudiar fuera de la provincia. Los colegas pegaron fotocopias por el barrio con la cara de los dos anunciando el desafío final, hasta que llegó el día y la hora. La búsqueda del sugus estaba a punto de comenzar y mi vecinito que no aparecía. Nos pusimos todos delante de los cubos y seguía sin aparecer. El juez pitó el inicio y él no estaba. Entonces algo raro me pasó por la cabeza. Si mi vecino no estaba, no era lo mismo competir. El resto estaba con la cabeza en los cubos y yo miraba para los costados. No sé por qué, pero metí las manos en los bolsillos y me acerqué a unos amigos que estaban a un costado. "¿Dónde está Gustavo?", pregunté. "Se rompió una pierna hoy por la mañana y está ingresado". Sin sacar las manos de los bolsillos comencé a caminar rumbo al hospital para visitarlo. Algunos me gritaban que volviera, otros se acercaban y me preguntaban que por qué me iba. Yo avancé por las calles sin prestar atención y sin dejar de pensar que la peor desgracia para un campeón de buscar el sugus en un cubo de harina, era no poder competir contra tu eterno rival.

1 comentario:

lulucisss dijo...

Muy bueno!!
Gran blog! Sigue así!
Un saludo con forma de sugus!