lunes, 15 de octubre de 2007

Algo que no viví, pero que me pasó

Hace algunos años tuve una compañera de trabajo, Marcela, que iba a viajar a Sudáfrica. Como es de rigor ante un viaje de esas características y había buen rollito generalizado, preguntó lo típico en estos casos: qué quieren que traiga de regalo. Cada cual pidió lo suyo y como la lista aumentaba decidió escribirlo todo en un papel. Cuando comenzó a repasar las peticiones de cada uno se dio cuenta que faltaba yo. Así que me preguntó qué quería. Con la visión de los que hemos viajado un poco por el mundo, le respondí que ya iba a tener muchos gastos y que el dinero correspondiente a mi regalo lo usara para hacer algo que le apeteciera. Entonces, muy inteligente, me dijo que le pidiera algo que no le costara mucho. Y ahí estuve pensando un rato hasta que le pedí lo siguiente. "Quiero que me traigas un recuerdo de algo bonito que vivas allí, pero con la condición de que a partir de que me lo cuentes cuando vuelvas, ese recuerdo ya no es más tuyo ni puedes contarlo como algo que hayas vivido porque será parte de mi vida y yo soy el que habrá estado allí haciendo lo que decidas contarme". Marcela me miró con unos ojos que no sabría explicar su significado, me dijo que se lo ponía difícil y lo apuntó.
Y allí pasaron los días hasta que volvió de su viaje por Sudáfrica. Comenzó a repartir regalos y a explicar donde los había comprado, comentando de paso alguna anécdota y mostrando algunas fotos. Cuando todo terminó me dijo: "Mateo, tenemos que hablar". Y en ese instante recordé el regalo que le había pedido. Así que nos sentamos en un costado y comenzó a contarme... algo que me pasó. Recuerdo que decidimos tomar un barco para ir a avistar unos tiburones sumergidos bajo el agua. El cielo estaba despejado y había algunas nubes a lo lejos. Hasta entonces sólo había viajado un par de veces en barco y me advirtieron de las posibilidades de mareo, pero después de zarpar no sentía otra cosa que un gran cosquilleo en el estómago por acercarme a esa historia viva del miedo bajo el mar que representan los tiburones. La travesía no duró mucho y cuando llegó el momento de llamar la atención para que se acercaran tiraron una gran cantidad de carne sangrante al agua. Así que en parejas de a dos, y cada uno a su turno, fuimos bajando encerrados dentro de un cubículo enrejado con trajes de neopreno y equipos de buceo. Fue impresionante ver comer a esas criaturas y verlas pasar tan cerca con todo el temor que inspiran. La estancia bajo el agua duro poco, pero fue suficiente para comprender la grandeza de los animales que nos acompañan en la naturaleza. De ahí la alegría con la que aparezco en la foto, en esta historia que no siendo mía, es mía, y en esa foto que no siendo yo, he tomado prestada.

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