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Corría el año 1520 y un joven pero maleducado rey de la corte tenía por costumbre hacer el mal. Tan malo era que un día se apareció el diablo ante sus ojos y le dijo: "Eres el mejor de mis pecadores, te invito a mi reino". El joven rey aceptó la propuesta y al morir el señor del mal le convidó con toda clase de placeres. Y así pasaron los años y cuanto más maldades hacía y disfrutaba de sus quehaceres algo raro comenzó a pasar en él. Comenzó a pensar en su familia, en todo lo malo que había hecho en su vida, en las traiciones a sus allegados, hasta que un buen día fue a hablar con su jefe y le dijo que no quería servir más a su causa. El joven rey se había arrepentido de sus pecados y quería empezar una nueva vida. El diablo le condenó a pasar sus peores días en el averno y nunca había sufrido tanto como durante ese tiempo en su existencia. Pero el joven rey, por las casualidades de la vida, conoció a otro como él que era malo pero se estaba arrepintiendo. Así que éste prometió ayudarle y emprendieron un largo viaje hasta las puertas del cielo. Al verles allí, los ángeles intentaron proteger las almas buenas, pero les dieron también la posibilidad de explicar por qué estaban allí. El joven rey contó lo que había pasado y un señor muy grande que custodiaba las puertas del cielo le dio otra oportunidad. Decidieron que se reencarnaría y que si en la nueva vida demostraba que realmente estaba arrepentido le abrirían las puertas del paraíso. Y hoy el buen David habita entre nosotros. Tuve la oportunidad de conocerle hace relativamente poco, y además de contarme esta historia, me dijo que estaba haciendo todo lo posible por ser el mejor de las personas, ayudando a los demás, siendo amigo de sus amigos, queriendo y cuidando a su familia y sobre todo agradeciendo a la gente buena que habita este mundo, la segunda oportunidad que le han dado.
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